sábado, 18 de mayo de 2013

"No pocas veces ya he dicho adiós; conozco las horas desgarradoras de la despedida".
—Friederich Nietzsche

Las palabras son difíciles y traicioneras, como las personas. Así:


Te despierta cosas inconmensurables. Los ruidos se apagan, los silencios no se sienten. Posee esa magia que te hace querer moverte. Vives porque vas a verle y le ves porque eso te hace sentir que realmente vives. Sonríes bajo los ecos de su risa y el recuerdo de sus ojos armoniza hasta el peor de tus días. Escuchas sus palabras atrapadas en tu cabeza, y sientes palmo a palmo su piel cada vez más intensamente, hasta al volver a abrir los ojos. Caminas con los pies desnudos sobre la brisa que acaricia su cabello y extiendes las manos para recontar sus pecas en tu memoria de mortal incompleto. Te doblegas ante la distancia, pero te alienta la incertidumbre del mañana. Es el sueño que se convirtió en andar y el puente que no entiendes por qué quieres cruzar. Lo único que sabes es que su mano tibia no es muy distinta de la tuya, aunque siempre esté fría y que es de esas personas que convierten en imposible seguir con tu vida después de haber tropezado con ella.


—¿Cómo sabes todo eso? — me pregunta sorprendido, mientras sonrío al agachar la cara.


—Porque ella te hace sentir como me siento yo contigo.


Doy la media vuelta y dejo que mis lágrimas caigan sin remordimiento. Está lloviendo y nadie puede saber si lloro o sólo llevo mucho tiempo bajo el aguacero.

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