sábado, 18 de mayo de 2013

Cero cinco treinta y uno y contando.

Olvidé que no podemos parecer iguales.
Pero sin previo aviso, vuelve el golpeteo del agua,
el arrullo por las noches que a veces
se desconoce si está todo en calma.
Se nos olvidaron un par de cosas,
como los secretos guardados en las fibras de la almohada.
No me siento parte de nada, menos de tí.
El cielo cae a pedazos,
y entre ellos se cuelan los amaneceres tejidos
en la esperanza de un lienzo a medio terminar.
Entonces, volví la mirada para darme cuenta
que gran parte de mí, yacía muerto,
y ante un montón de hojas secas
sucumbí a la franqueza de tu sonrisa
en medio de una noche de invierno, cruzando la acera.
Luego corté de tajo el aro invisible
que ataba mi morada a tu eterna partida.
Se me quebraron las piernas junto con la voz y la voluntad
y me sumí en la efervescencia de la agonía.
Hoy fue un día normal, de esos en que las astillas se apilan en la memoria
para darme cuenta que el único lugar en que coincido contigo,
es en este espacio vacío, tan lleno de tu ausencia.
Arraigo los suspiros en tu piel y fijo mis pisadas en la orilla de tus orejas,
para hacer un plan de viaje que me aleje de la jungla que es la espera.
Mohosos los caminos y uno descalzo,
sin saber cómo detener el andar, ni cómo seguir
entre las coyunturas que dibujan mapas sin paisajes.
Me pudiste haber robado muchas cosas,
pero de todo lo que poseo,
te has quedado con lo que menos entiendo.
De todo lo que creía tener, invalidaste mis atajos
y, justo esta noche, los huecos llegará
 para no tener forma de llenarse.
Habría besos para tí,
escondidos tras las palabras que, para ser pronunciadas,
necesitarías primero arrancarme el alma.

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