No sé mirar.
No sé mirar porque cuando uso mis ojos,
veo más adentro de lo que en teoría
permiten las membranas superficiales.
No sé mirar porque a veces la vista está cansada
y ve doble y no enfoca y se queda esperando
a que todo se empalme como debería.
No sé mirar porque muy seguido
estos ojos se enturbian con el llanto
y todo al rededor son bultos y espasmos.
No, no sé mirar.
No sé usar los ojos para lo que es obvio.
No sé colocar la vista en un objetivo claro,
sino más bien en el camino.
No sé mirar porque cuando ando,
lo hago por instinto.
No sé mirar, porque cuando veo
que gran parte de ti no está,
me desgarro los ojos para no saber más.
No sé mirar, porque andar a gatas
es más viable que ponerme de pie
ante el panorama de tu ausencia presencial.
No sé mirar, tal vez,
porque sencillamente no me interesa.
No sé mirar,
pero para ser feliz,
sólo necesito un par de grandes alas
y es un hecho que, una vez desplegado el vuelo,
los ojos sobran:
no son más que sacos sobreestimados en el ensueño
y vaciados en la soledad.